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Archive for 3/03/2009

De Reencarnatione Animae

 Uno de los amigos más jóvenes que tengo en Vetera, de esos que todavía no tienen hijas en edad para querer presentarme -siempre he sido el novio ideal para las madres-, lleva por nombre desde que lo conozco Caín. Rayos, con esta capacidad para esgrimir como un Scaramouge la quijada de asno contra todo lo políticamente correcto, contra lo que no es ni frío ni caliente, sino simplemente tibio (“y como tibio que eres estoy por vomitarte de mi boca”, Apocalipsis, 3, 16), no podía venirle otro nombre tan bien como el del hijo más honrado e interesante de ese matrimonio de conveniencia entre dos pequeños burgueses que jamás habían dado un palo al agua hasta que su padre se hartó de verles haraganear y les echó a buscarse la vida con una hipoteca en forma de manzana. 

Apasionado lector de Jodorovsky -nadie es perfecto-, se enzarza con X en sesudos debates de pseudociencia que me tienen tostado. Últimamente, el tema estrella, superado lo de las virtudes taumatúrgicas de no sé qué campesina boliviana, es el maldito asunto de las reencarnacines. Desde un punto de vista de estricto análisis del fenómeno religioso, puedo conceder que, de un modo u otro, casi todas las religiones contemplan la reencarnación. Unas, como una migración de las almas de un ser a otro, siguiendo unas pautas, unas leyes; otras, sólo asumen la reencarnación cíclica de determinadas divinidades capitales en su panteón: Osiris, por ejemplo. Quizá la transubstanciación cristiana no esté muy lejos del osirismo, porque es dogma de fe católico la presencia real de Cristo durante la Eucaristía, lo que no deja de convertir a los practicantes de ese rito en una especie de teófagos (término que acuñó Ambrose Bierce, El diccionario del diablo).

Esto, que podría dar pie a interesantes conversaciones sobre folklore religioso, sobre el tiempo cíclico de los mitos frente al tiempo lineal de la realidad, pasa a aburrirme sobremanera cuando se disfraza con atavíos científico sde manos de Brian Weiss, y cuando se aposienta la charla en las consabidas regresiones, se me hincha preocupantemente una vena en la sien. Nietzsche, como epílogo de su El Anticristo, promulgó siete artículos de una “Ley contra el cristianismo”, en cuyo artículo segundo se declara

ARTÍCULO SEGUNDO: Toda participación en un servicio divino es un atentado contra la moralidad pública. Se será más duro contra los protestantes que contra los católicos, más duro contra los protestantes liberales que contra los protestantes ortodoxos. Lo que hay de criminal en el ser cristiano crece en la medida en que uno se aproxima a la ciencia. El criminal de los criminales es, por consiguiente, el filósofo.

Dios, ¡qué diría el pobre filólogo que nunca pudo ser filósofo si descubre que un científico anda de gurú por la vida, cambiando la bata blanca y las camisas de cuello duro por vaporosas túnicas y collares de cuentas como un chamán altaico o un pocholo ibicenco! Por cierto, ¿habéis oído al doctor Weiss? ¡Parece Troy Macloure! Un híbrido entre charlatán dispensador de tónicos curalotodo y vendedor de coches de segunda mano…

Pero, ¡vaya si ha vendido bien esa moto que no anda de las regresiones! Porque no creo que no haya nadie que, como mínimo, no haya oído hablar del tema, cuando no practicado. Conocí unas chicas tan obsesionadas con el tema que dejaron de hablarme porque en otra vida les hice no sé qué cosa terrible y no se fiaban de mí en esta. Cuando lo escuchaba, no sabía si reírme, llorar o si pedir ayuda urgente a un servicio de loqueros 24 horas.

La cuestión está en que casi todos hemos sido en vidas pasadas Cleopatra, Alejandro, Napoleón, maretrices sagradas en el templo de Ishtar, gladiadores célebres en las arenas del Circo Máximo cuando reinaba el divino Tiberio o esclavos poderosos de algún noble depravado o un templo ignoto… Creo que debería hacernos sospechar cuando nadie ha conducido la carruca por los duros suelos de Normandía, ni se dejó la espalda segando con la hoz los fundi de un patricio con otros cientos esclavos más del rebaño rural; o las manos son callos de hilar en la rueca y haber enterrado a más hijos de los que le han sobrevivido, ni siquiera massai por la sabana de Kenya… Todos son vikingos, pero ninguno galeote y, si alguno lo fue, se debió a tan tremebundas causas que serían argumento para una secuela espectacular de Ben-Hur; quien más quien menos, ha sido princesa o dama de compañía de un castillo que jamás recuerda ni incómodo ni maloliente ni frío ni húmedo, solazada por los cantos de trobadores que, oh curioso, sólo a ella miraban platónicamente, sin andar buscando bajo las enaguas y los refajos la recompensa a tanto acorde… y ellos cabalgaron en las huestes de Gengis Khan, asolaron con Atila la llanura Panonia o se enfrentaron acorazados en Hastings, pero ninguno blandió el martillo que forjó los cientos de miles de espadas que han quebrado a lo largo de tantas violentas reencarnaciones… Normalmente, funcionan como un mecanismo de compensación, y el que no llega a fin de mes, o le tiene asfixiado la hipoteca fue otrora un rico mercader florentino emparentado con los Médicis, cuando no el propio Lorenzo el Magnífico; el que morirá soltero -y virgen- resultó ser Casanova, y la que dejó de estudiar en segundo de carrera se descubre como Madame Curie.

¡Rayos! con el debido atrezzo (velas, incienso, alcohol, promesa de sexo) hasta yo he sido un general de la Wehrmacht enfrentado al Führer, suicidado en las llanuras polacas, o el efebo de un duque aquitano o el violín de Paganini, si se tercia… será por alcohol… Pero en realidad, como Jacques Brel, soy tan arrogante que sé que, si me reencarnase, sería en mí mismo!

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