Por inverosímil que parezca, también la pequeña, provinciana y conservadora Vetera celebra sus Carnavales, y no me refiero al concepto que un individuo con chándal y mocasines tiene de mi atuendo con Homburg y levita, sino a comparsas recorriendo cada fin de semana uno a uno los núcleos de esta Comarca, para concluir el día grande, el próximo lunes, en la propia Vetera.
No tienen el espectáculo del canario, ni el inquietante aire naïf de Felos de Maceda, en Galicia, entre Arlequín y torero
Tampoco el marcado atavismo agropecuario del grotesco ziripot de Lantz o del blandir de los cencerros de zanpantzar de Zubieta, Auretz e Ituren (Navarra)
Comparsa de Zanpatzar en el valle de Meldaerreka
ni evoca los terrores de un mundo más salvaje y hostil con los Momotxorros de Alsasua (Navarra), manchados de sangre real de animales
Imagen tomada de http://www.geocities.com/Nashville/Stage/2644/alsasua.jpg
Tampoco el gracejo que se supone a las chirigotas de Cádiz y que tal vez me harían gracia de lograr entender dos palabras seguidas. Ni la elegancia del venciano ni la sensualidad de Río, ni… ni… ni. Ni nada.
Bienintencionado -y un Carnaval no puede serlo-. Pretende tener algo de brasileño, con rúas y desfiles, coreografías y grupos conjuntados -más o menos-, pero el frío de todos los demonios que febrero depara por estos pagos no invita a contonearse con el pecho al aire o casi sobre una carroza, sino más bien a refugiarse bajo siete capas y dos mantas, y eso le hace salir malparado en cualquier comparación con Río.
Un jurado de tres miembros, una puta, una monja y un obispo -invariantes castizos de un sentido del humor entendido sólo travestismo e irreverencia confundidad con palabra gruesa que sólo sale del armario en carnavales- falla sobre cada carroza y su comparsa. El carnaval es transgresor, o suele serlo, y en muchos lugares los elementos más tradicionales, como los felos o los momotxorros incluso persiguen y acosan a los transeúntes. Aquí, lo de trasngresor se limita a agresor, porque a medida que la rúa avanza, lenta como una serpiente que ha devorado un mamuth, por delante de los tres jurados y estos trasiegan combinados de ron con tenacidad digna de mejor causa, los comentarios que acompañan el fallo van pasando de un ingenio vagamente inspirado en Blackadder,
con construcciones del tipo “Tenéis menos gracia que las damas de honor de una boda de conejos”, al más gráfico y contundente “¡Que enseñen las tetas!”, pasando por el “Oh, vaya, este año aún no había habido ninguna carroza de piratas” o “Por favor, dime que vais de monjas disfrazadas de cow boy”.
Las carrozas las hay más y menos logradas. Bueno, lo de carrozas es una manera de hablar, porque, de no fijarse uno en los que intentan mantener el equilibrio en el remolque bajo siete refajos, uno podría creer que es una exposición nocturna de maquinaria agrícola, desde modernos Deutz-Fahr hasta John Deere dignos de museo. Recicladas muchas veces, donde el Boeing de American Airlines de una parodia del 11-S que sentó mal a mucho rebeldito a la violeta, sólo dentro de lo políticamente correcto, y acabaron descalificando, se convirtió al año siguiente en un inusual -y aséptico- fokker monoplano para un Barón Rojo que en lugar de gorra prusiana llevaba gorro de churrero.
Y allí está la madre del cordero. El sentido del carnaval es auyentar los seres oscuros -malos espíritus, demonios, muertos… cada tradición tiene su explicación-, que se han adueñado parcialmente del mundo aprovechando la muerte que el invierno significa, para abrir paso a la primavera. Y se les expulsa con el arma más poderosa que tiene el hombre, la risa.
Reírse no sólo de las cosas risibles, sino de lo que nos asusta, de lo que tememos. Felipe V prohibió los carnavales en Cataluña tras el Decreto de Nueva Planta, temiendo que bailes y máscaras sirvieran de encubrimiento a crímenes por venganza personal o conspiraciones, y quizá no andaba errado, pues el rey Gustavo III de Suecia sería asesinado durante un baile de máscaras en el Palacio de la Ópera de Estocolmo, como resultas de una conspiración, en 1792. El carnaval es el orate, el niño que dice que el emperador está desnudo, y al poder no le gusta que le muestren sus vergüenzas. Primero, intentó prohibirlo, ahora, más maquiavélico, decide destruirlo desde dentro.
Ahora que los carnavales se extienden desde Verín (Orense) a Gran Canaria y de Vetera a Cádiz es quizá cuando menos Carnavales son. Es la dictadura de Disney, de lo blando, de lo políticamente correcto, de la risa de chiste fácil, de la comedia romántica, renunciando a denunciar con la risa, con la ironía, con el cinismo, con la sátira. Ni la sátira política es sátira del fondo, sino sólo de las formas, de lo caricaturizable sin necesidad de entenderlo. ¿Os imagináis una carroza de etarras y guardias civiles? Por mi parte, voy a desempolvar mi uniforme de general de la Wehrmacht, aunque no iré, como el año pasado, vestido de esta guisa y acompañado de X a tomar copas a un bar latino. No es que me esté volviendo políticamente correcto, simplemente pusilánime.
Aquí en Gijón tenemos el Antroxu, que es una fiesta que tampoco es que me interesa demasiado. Lo único por lo que defiendo esta fiesta es por un poco de orgullo patrio en oposición a la invasión cultural yanki con su Halloween de las narices. Odio salir el 31 de Octubre y ver gente disfrazada. ¡Estamos en España! Para disfrazarnos está el Carnaval.
EDMOND,
No soy tan nacionalista como para rechazar una fiesta sólo porque venga de fuera, jejeje. Una fiesta es una fiesta. Pero, como catalán, me repugna que quieran meternos San Valentín con calzador cuando nosotros ya tenemos Sant Jordi, que tiene bastante más personalidad, por ejemplo.
Halloween creo que tiene el mismo problema que está padeciendo ahora Carnaval: se despoja de su sentido mágico, antropológico, para uniformarlo según criterios televisivos importados. Tanto Halloween como Carnaval signifcan más que simplemente disfrazarse, el disfraz era parte del rito. Ahora, en cambio, el disfraz es el fin, y con eso nos perdemos mucho por el camino.
Saludos!
Hay que disfrutar del carnaval en lo que tiene de fiesta popular y pagana.
Hace 30 años no había clase en miércoles de ceniza. Llevaban a los niños (obligados, claro: justo lo que predican ahora) a misa para que un señor los pusiera en fila y les dijera de uno en uno que se iban a morir.
Ahora no hay clase el lunes y martes de carnaval. Y quien quiera ir a misa el miércoles de ceniza, que vaya. Ni el laicismo, la laicidad, el aconfesionalismo o la aconfesionalidad se lo va a impedir.
Pero lo mejor es ver que, para que no coincidan los carnavales en diferentes localidades, se traslada la celebración y, un sitio con otro, ocupa prácticamente todos los fines de semana de la antaño vieja, triste y reseca señora Cuaresma, que polvo era y en polvo se ha convertido. Qué cosas: el que quiera un ayuno como Dios manda ahora se tiene que ir al Ramadán. Ay, si Santiago Matamoros levantara la cabeza.
Nunca me ha atraido demasiado esta fiesta del Carnaval. Quizá sea porque cuando yo era pequeño, no existía el menor atisbo de transgresión (¿quién se iba a atrever en aquella época?) y disfrazarse por disfrazarse, sin más, me parecía demasiado pedestre.
ANTONIO,
Eso es cierto… empezada ya la amojamada y seca Cuaresma, siguen celebrándose carnavales en los pueblos más pequeños… esa transgresión, merece la pena!
Saludos!
FERRAN,
Supongo que tienes razón; y de allí, pronto todas iban de princesas y todos de superhéroes, con lo que se fue al traste toda reivindicación jocosa de un nuevo orden. Lo de disfrazarse por disfrazarse tiene su gracia en un contexto amistoso, no en una especie de festividad social…
Saludos!