Cuando salgo del trabajo, a eso de las ocho de la tarde, suelo encontrarme con Carlos y Lucas para tomar unos vinos en el pub de Jaume, que está recién abierto. Hay días, como ayer, que entre vinos -del Somontano-, humo y risas nos dan las diez de la noche, y Carlos y Lucas salen en estampida hacia sus casas, al grito de
-¡Hoy me matan! Salí para comprar tabaco a las cuatro de la tarde…
-Hoy me encuentro las maletas en la puerta. ¡Qué suerte tienes de estar soltero! Mi mujer no me dejará salir más contigo, Theo.
Y a las diez nos quedamos Jaume, Marta, la camarera y yo, con el vino sin terminar y ganas de seguir la conversación mientras no llegaba nadie más a la pequeña fiesta de disfraces para despedir el carnaval. En esos momentos, Jaume suele cambiar a Amy Macdonald por Amaral -aún no he descubierto dónde está la mejoría- o por un refrito de óperas que se dejan escuchar bastante bien
y de un armario disimulado en el empanelado de las paredes empieza a sacar todo tipo de viandas: queso, salmón, langostinos, navajas frescas, foie… que distribuye sobre improvisadas bandejas o cocina en una plancha oculta bajo la barra, como en el poema “Momentos felices”, de Celaya
Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro –sé que todo es fiado–,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?
A veces, como ayer, algún distribuidor se suma al ágape en la barra, y Rogelio llegó, si no con un pan debajo del brazo, sí con su Milesimé de Juvé&Camps y un tupper con rabo de buey, gentileza de Marc, el cocinero can Collera. Tenía su gracia ver al afable y reservado Rogelio ceñido con una torera azul y tocado con sombrero cordobés
-¡Baja a Kuragin! -sugirió/ordenó Jaume, con su enorme peluca de Jackson five.-. Hace días que no lo veo y hoy no hay nadie aún.
Como ya he dicho, mi piso está a tres minutos andando de trabajo y justo encima del pub. Mi hermana, en su primera visita, me felicitó:
-¡Puedes ir a buscar las cervezas en pijama! Bueno, podrías hacerlo si fueses otro tipo de persona. Jacques y yo lo haríamos.
-Jacques y tú lo hacéis en vuestra casa de Edinburg
-Pues eso, que has elegido un buen piso.
No es Kuragin, pero es un gato con una guiness
Desde pequeño, Kuragin está acostumbrado al pub de Jaume y a la gente, y se adapta con indolente indiferencia a cualquier cambio o novedad. Se pasea por la barra con la elegante torpeza de su enorme tamaño y elige a alguien en cuyo regazo dormitar después, lo conozca o no. Ayer, Rogelio, que sigue creyendo que es imposible un gato así. Incluso Fidel, el discjockey, tiene a Kuragin en un paréntesis en su animadversión con los felinos. Además, Jaume lo tiene sobornado, que siempre hay listo salmón noruego -Kuragin me dice que el de DIA me lo coma yo- para festejar sus visitas. Así que, cuando nos quisimos dar cuenta, eran más de las once y habíamos cenado todos, Kuragin incluido.
Cuando la gente empieza a llegar, la indulgencia hacia los fumadores se termina, y nos llega el tiempo del éxodo a la zona de humos. Ayer, Kuragin estaba tan cómodo que también nos acompañó al exilio, él con un plato de leche, yo con una guiness, y ahí nos quedamos, en la esquina más disimulada de la barra de fumadores, él sentado en un taburete, hiératico como una esfinge, yo de pie a su lado, Marta enfrente preparando cócteles, cuyo contenido resultaba sospechoso con su traje de enfermera.
Tres horas se estuvo en la misma posición, inmóvil como gato de escayola, mientras iban llegando X, ataviada de Mata-Hari y unos amigos, disfrazados también, uno de la Wehrmacht y otro de las SS y tercero, disidente, de El Cuervo,
a tomar la guiness de rigor, consciente de la atención que sustcitaba y atento al galanteo y las caricias de cuanta chica pasaba cerca, dotadas de un agudo sentido de la observación:
-Oh, ¿es un gato?
-No, es un rinoceronte.
Menos afinidades suele tener con los cabestros que ven en su larga cola una invitación a tirar de ella, pero ni aún así los araña, pues eso es privilegio exclusivo de X y mío. Uno de ellos, con un atuendo indefinido entre churrero y burbuja de Freixenet, aunque insistiera que el suyo era uniforme de piloto americano en Pearl Harbour, comentó impresionado del porte altivo de Kuragin:
-¡Ostia, tú! ¡qué gato más guapo! Es de marca, ¿verdad?
-Sí, es de raza pura.
-Yo también tengo una gata, una siamesa. A lo mejor le puede echar un quiqui el tuyo…
-No creo, está castrado -mentira, pero no quiero ni imaginarme la descendencia
-¿Y cuánto te ha valío? Porque estos son caros
Por suerte, intervino la novia con un delicado y oportuno: -¡Joder, Jeremy, tampoco tienes que preguntarlo todo! -porque nada detesto más que me pregunten cuánto cuesta algo que no le importa a nadie.
Lo mejor de llevarse a Kuragin de Guiness no fueron las chicas que se me presentaban espontáneamente a lo largo de la noche a darme conversación -para crujir y rechinar de dientes de X, que es más celosa de lo que me gustaría-, circunstancia en absoluto habitual en mi día a día, sino que mi disfraz de Generaloberst de la Wehrmacht pasó más o menos desapercibido y logré no encontrarme a mucha gente que identificara mi disfraz con su forma de pensar, mas no terminé la noche sin marcar alguna muesca en la preocupante lista de criptonazis menores de 25 años que pretendieron toda la noche pagarme las guiness “por tener los cojones de decir lo que pienso también”
Me encantan los gatos, son animales listos como ellos solos. Igual un día me llevo a mi gata por ahí, para que se me acerquen las chicas a examinar la rareza; lo único que con la afición que tiene a dormir (salió a su dueño), me iba a chafar un poco la fiesta tirándose en cualquier parte a echar una siestecita.
EDMOND,
También a mí me gustan, jejeje. Lo bueno de Kuragin, además, es que es tan grande que mantiene a raya al yorkshire de mis padres cuando vienen de visita. No creas, Kuragin se pasó media noche arremolinado en el taburete, que parecía un almohadón…
Saludos!
Esas quedadas para echarse unos vinos son magníficas!!!
FRANCISCO,
Sí, lo son! Lo malo es que mis amigos tienen más de cincuenta años (alguno ya es abuelo) y en sus casas les ponen falta! y a sus mujeres no les debe hacer mucha ilusión que lleguen con la lengua algo pastosa, jejeje.
saludos!
Anda que con el gato y vestido de Teniente General alemán… menuda fila!
Estarías para salir de extra en La caida de los dioses o en La noche de los generales.
FERRAN,
Te enseñaré fotos, jejeje! Volvieron a decirme lo mismo: lo malo es que me queda bien! XD. y Kuragin, genial, parecía General Gato, con porte tan altivo!
Saludos!
De mi vida anterior, o mejor de mi vida antigua, una de las cosas que más echo de menos es salir del trabajo y quedar con amigos, sin prisas, como si no existiera el Tiempo, como si fuéramos a inventarlo.
Los disfraces no me seducen, y los gatos y yo nos ignoramos mutuamente la mar de bien, pero tu post del día ha sido una pequeña espinita que se ha ido a clavar en la memoria de todo lo que ahora no sucede. Me alegro de que lo pasaras bien, claro. Y cuidado con esos criptonazis.
Un beso.
PS. Me habría encantado aceptar el aperitivo, pero no he tenido tiempo ni de respirar a las horas apropiadas.
Theo, interesante rato de lectura. Especialmente el post sobre el buenismo.
Sobre el de tu gato, sí que es cierto lo que dices, hay gente cuya única obsesión es saber cuanto valen las cosas, son los típicos del “esto debe valer…” A mi también me ponen negro.
Nada, veo que te sabes rodear de placeres auténticos, y que por muchos años.
Saludos
Nunca he probado a llevarme a mis gatas de cañas…Claro que yo entre mi trabajo y mi casa no tengo un pub donde me sirvan guinnes y me agasajen…sino que tengo 68km de autopista (y no hacia el cielo precisamente)….Una pena no poder disfrutar de esos pequeños placeres que te das tú..y que hacen la vida mucho más llevadera!!!!
ALICIA,
Berthold Brecht tiene un breve cuento en Historias del almanaque, “El señor K y los gatos”
Al señor K. no le gustaban los gatos. Le parecían poco amigos de los humanos; de modo que él tampoco era su amigo. “Si tuviéramos los mismos intereses”, decía, “su comportamiento poco amistoso me sería indiferente.” Pero al señor K. no le gustaba ahuyentar a los gatos de su silla. “Echarse a descansar es un trabajo”, decía, “que merece tener éxito.” Cuando los gatos maullaban delante de su puerta, se levantaba de la cama, incluso si hacía frío, y los dejaba entrar al calor del hogar. “Su pensamiento es sencillo”, decía, “cuando llaman, uno los deja entrar. Si uno deja de abrirles la puerta, dejan de maullar. Llamar es un progreso”.
Tu observación sobre la mutua ignorancia me lo ha recordado, jejeje.
Ciertamente, no puedo quejarme de mi suerte, y espero que no cambie por un tiempo… ¿Un oporto?
Besos!
JAUME,
Gracias por el cumplido y por la visita! Sí, son muchos los que sólo saben valorar una cosa cuando les cuelga el precio, y son bastante impertinentes.
¡Gracias por tus buenos deseos!
Un abrazo
MILEURISTA,
Ciertamente, no estamos en las mismas circunstancias. Si tuviera 68 km entre mi casa y mi trabajo, no sé que haría primero, si buscarme una casa nueva o sacarme el carné de conducir.
Seguro que tú disfrutas de otros pequeños placeres verdaderamente deliciosos!
¿Un oporto antes de comer?
Besos!