Hace unos años, antes de que yo desembarcara en Vetera, mi empresa constituyó una sociedad con una caja de ahorros cuyo nombre omitiré para desarrollar un PAU -Polígono de Actuación Urbanística- en el sur de Vetera, varios bloques de más de 50 viviendas cada bloque.
Esta sociedad constituyó un cuantitativo salto hacia adelante de la empresa, y también una apuesta arriesgada. Pasó de pequeños bloques en los centros urbanos, de no más de 24 viviendas, pero en ubicaciones muy señaladas, casi siempre en esquina, y es que la esquina ofrece unas grandes posibilidades de diseño -otra cosa es que se aprovechen o no-, una fuerza plástica que es inmejorable tarjeta de presentación.
Casa Lleó Morera, del arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner, en Passeig de Gràcia con Consell de Cent.
Estos bloques, en cambio, rompían con la filosofía de la empresa, porque estaban alejados del centro urbano, eran la conversión de un barrio industrial en zona residencial. De los cinco edificios previstos, sólo uno se ha construido, y otros dos se fueron cancelados una semana antes de empezar las obras. Nuestro socio, la caja, o no podía o no quería hacer frente a sus compromisos económicos y denegó la financiación. Esto ocurrió en diciembre.
Tras dos meses de arduas negociaciones, chocando siempre contra el ‘NO’ de la caja, se ha decidido romper la sociedad con esos impresentables; la caja se queda con los solares e indemnizará con su precio de coste, no con su valor actual de mercado. Por el camino, yo he perdido los 40.000 euros que me correspondían de prima de haberse construido los dos bloques aprobados.
El bloque construido es hermoso, pero triste. Un edificio nuevo, de cristal, piedra y ladrillo, en medio de una estepa desolada de naves industriales obsoletas, de ruinas y escombros y de los descampados resultado de una urbanización abortada. Una imagen a pequeña escala de Detroit
Detroit, foto de Camilo Vergara, 1995, tomada del blog “Una cuestión personal”
Es cerca de este edificio donde tenemos la oficina de ventas asaltada en enero y de la que, como era de esperar, no se ha resuelto nada. Una de las naves se renconvirtió en almacén y la propia lejanía del centro urbano, el entorno deshabitado o casi y el largo invierno la ha convertido en habitual refugio de okupas, pero de los de verdad, no de hippies con visa.
Uno de los vecinos que compró cinco pisos en el bloque esperando revenderlos por 30.000 euros más cada uno y que ahora se los está comiendo con patatas -imagíneseme aquí la más maligna de mis sonrisas-, no tiene nada mejor que hacer que pasar las horas y los días esperando que una mosca cague para enviar un buró fax de desperfectos, una manera como cualquier otra de buscar otros culpables para nuestros errores. Aburrido y amargado, su deporte es buscar problemas a la vecindad; escudriña por la ventana, medio oculto por los visillos -él si tiene cortinas-, para hacer un pormenorizado seguimiento de quién entra y sale de parcelas ajenas y, con motivo o sin él, llama de inmediato a la Policía.
Esta mañana, nuestros CSI nos han llamado de una denuncia de este vecino por tener la nave okupada. De nuevo.
-Es sólo una nota informativa. Nosotros no podemos hacer nada más, ni siquiera echarlos aunque nos lo pidáis -nos aclara el cabo, azorado por venir a molestar con las cuitas del que ya es conocido como el Loco de la Colina, oteando en la terraza de su ático.
Así que a las nueve y media hemos ido allá cuatro de los cinco hombres de la empresa. No es que seamos muy resistentes, pero sí voluminosos y el número puede intimidar si la situación se pone tensa.
-Pero, ¿todo esto no se lo ha quedado la caja? ¿Por qué no se encargan ellos y nos dejan en paz a nosotros? -pregunta Ernest, mientras vamos de camino.
-Creo que la caja asumirá la plena propiedad la semana que viene. Y, mira, si me mandan, yo hago y no pregunto -responde Elías, el jefe. No sé si por la preocupaciones laborales o si por haber cometido el error de ir a buscar -y encontrar- un niño ha envejecido notablemente estos meses.
-Al menos, podríamos haber enviado a Theo con su uniforma a que abriera camino.
Una vez en el almacén, no habían cambiado la cerradura y entramos sin problema; tres magrebíes dormían aún, tan envueltos en mantas que parecían canelones; enganchados a la red eléctrica de no quiero saber quién, echufaban una estufa y un hornillo, y todo el almacén olía a amoníaco y desinfectante, los okupas más limpios que hemos tenido, con diferencia. Sobre una mesa de Coca-cola, platos, cubiertos y un largo cuchillo del que no podíamos apartar la vista.
-Buenos días. Tienen que irse de aquí -les despierta Elías, encendiendo y apagando la luz.
-Amigo, una semana, sólo una semana. Encontramos otro sitio y nos vamos, amigo -responde uno, no sé si el jefe o simplemente el que mejor hablaba el idioma.
Ernest da unos ligeros toques en el hombro de Elías. Consejo de crisis: -Oye, has dicho que la semana que viene se hacen cargo de todo esto los hijos de puta de la caja, ¿no? Ya se entenderán entre ellos
Elías sonríe. Sugerencia captada: -No pueden quedarse aquí, antes de un mes tienen que irse.
Y con la satisfacción del trabajo bien hecho, volvemos a la oficina.
Una historia con final feliz. La caja se queda con el regalo de lo okupas (ellos regalan vajillas o toallas, así que no es más que una devolución) y el tío de los cinco pisos debe de estar de indigestión en indigestión pensando en el negocio redondo que ha hecho.
EDMOND,
Eso es lo que yo creo. Todos contentos. XDDD La frase literal de mi jefe ha sido: “le dejamos el almacén con crías”. Ha sido de esas mañanas en las que todo sale bien XD
saludos!
Los amigos magrebíes deberían vigilar milimétricamente al Loco de la Colina y denunciar cualquier cosa que hiciera mal. Tarde o temprano caería.
También podían ocupar alguno de sus pisos y mantenérselo limpios, eso sí por un precio módico. Tampoco es cuestión de aprovecharse del pobre especulador.
Además, alguno debería quedarse a vivir en la propiedad de la caja de ahorros. Después de todo la razón de existir de esta institución está no en el lucro sino en los fines sociales que debe cumplir. Eso sí, los amigos deberían cobrar a la caja por su colaboración en la consecución de esos fines sociales un precio módico. Tampoco es cuestión de aprovecharse de la pobre caja.
ANTONIO,
¡Gracias por proponer soluciones alternativas para los magrebíes! De su limpieza y pulcritud puedo dar fe, así que mantendrían en perfecto orden los pisos del Loco de la Colina, y cobrarle, claro, que impiden que se deteriore y pierda valor.
Saludos!
Lo del dúo de Papageno i Papagena del final, ¿es por el final feliz de la historia?
Saludos y Oporto
FERRAN,
JEjeej, sí, por el final feliz y por la alegría con la que nos fuimos sabiendo que dejábamos un marrón a unos hijos de siete chacales…
Saludos!