Salgo de cada visita de obra más convencido de que esos momentos lumpen deberían convalidárseme como clases prácticas de sociología, antropología y, en algunos casos, incluso de paleoantropología, porque algunos de los especímenes que andan sueltos por los andamios representan una clara involución desde el homo antecessor. Algunas de las situaciones son cómicas, pero otras son para sacudirse el polvo de las alpargatas y, como Enoc, echar a andar y no parar, porque este mundo no tiene remedio.
En la obra, la comunicación es a gritos, ya estemos acribillando los tímpanos con un martillo neumático o simplemente barriendo, y el experto en eso es Jorge, nuestro gruísta, el terror del vecindario, que los tiene ya crujidos a todos con sus alaridos desde las ocho de la mañana triscando por la cubierta para reclamar la atención de alguno de los albañiles, instaladores, picapedreros, peones o de cualquier otro gremio. Jorge tiene la peculiaridad de que jamás llama a nadie por su nombre, sino que le cuelga a cada cual un sambenito el día que entra y con él se queda hasta el día que sale de la obra, incluso más. Lo peor de todo es que, a los dos meses, incluso entre ellos ya se llaman con el mote, y que yo mismo, para mi desesperación, tengo que hacer esfuerzos para referirme a un encofrador de Huelva como Manolo Requena y no como ‘Pescaíto frito’, o para recordar que el herrero es Eusebio en lugar de Buster Keaton, por más que se parezca, o que el nigeriano se llama… como quiera Dios que se pronuncie su apellido, pero no Etoo’0.
Precisamente, Etoo’o ha sido el último fichaje para las performance que Jorge monta en las obras, para desconcierto de transeúntes, descojono general de los obreros y rubor mío. A eso de las doce, cuando más gente transita por la céntrica avenida donde tenemos la obra, Jorge sale a hacer algún recado, real o imaginario, y a la vuelta, idefectiblemente, berrea desde la acera:
-¡Etoo’o! ¡Etoo’o!
Y el nigeriano se asoma a una balconera a gritar, golpeando la pared, el estribillo de esa canción del Crakovia, “Copa, Liga i Champions”
para que Jorge, en medio de la calle, interprete un solo de guitarra on air digno de youtube, acompañado a menudo por espontáneos de la calle en medio de la euforia que la realidad aún no ha diluido o por otros obreros a lo largo de la fachada… Si no fuese por la vergüenza que siento cada vez que paso por la obra en medio del espectáculo, hay que reconocer el mérito de la coreografía internacional.
Porque si algo tenemos asegurado con Jorge, es la vergüenza; en la última inspección de trabajo, mientras iba facilitando a la inspectora la documentación de todos, Jorge, en perfecto acento magrebí, empezó a increparme,
-¡Amo no paga! ¡Amo racista! Yo sin papeles por culpa amo
-Tranquilo, arquitecto, que Jorgito y yo nos conocemos hace años -abortó la inspectora mi inmediato infarto.
-Jorge, te juro que si me haces otra de estas, te meteré la grúa de supositorio-le susurré en un tono suficientemente bajo como para que tomara en serio mi promesa-. ¡Y haz el favor de llamar al de la cuadrilla de cara vista señor Fung y no “Arroz tres delicias” si no quieres que sea yo quien te convierta en cerdo agridulce!
Claro que a veces Jorge también tiene ideas mucho más saludables, como esta mañana, que después de una hora escuchando a Rocío Jurado -siempre me ha sorprendido la querencia de los obreros de la construcción por músicas que sonrojarían a la maruja más carpetovetónica-, ha resuelto el problema con un “Me cago en la puta”, haciendo del CD un frisbee.
-No pasa na’. Tengo más -amenazó el torturador, un veinteañero con pircings, tatuajes y el pelo de punta.
-¿Y el casco donde lo tiene, señor…?
-Pumuki. Es que hace calor, joder, y aquí dentro no se me va a caer na’ en la chola.
Paso de dar más explicaciones, estoy ya cansado: -Me da igual, o se lo pone o se larga a casa. Jorge, no quiero oír ni un mote más en esta obra.
-No, tío, si asín me llaman mís colegas -intercedió el aludido.
-Es verdad, Theo, que yo le llamé Kalvinklein porque todo el día va con los pantalones enseñando los gayumbos.
-Maravilloso. Ahora que lo sé, podré dormir tranquilo esta noche…
-A las tías les mola.
-No a las que me interesa conocer.
-Seguro que follo más yo que tú.
-No es cuestión de cantidad, sino de calidad. Además, no pienso entrar en ese debate.
-Tú hazme caso, que me caes de puta madre, déjate de corbatas y gorros, que a las tías lo que les pone de verdad es tío con un tanque to’o tunea’o. Ahora que en julio me baja la hipoteca 300 leuros, me meteré en un coche a cinco años por 250 al mes, y encima ahorro 50.
Al margen de preguntarme qué delito he cometido para caerle bien, el hecho de que semejante energúmeno tenga una hipoteca nos da una idea del nivel de profesionalidad de los responsables de banca que hemos sufrido. Porque el crédito para el tanque ya se lo han dado, claro, como le sobretasaron el piso para que con la hipoteca pudiera comprarse los muebles, o como le dieron un crédito para irse de vacaciones a Cuba con los colegas…
Con la certeza de que yo me apeo de esto cuanto antes, me he limitado a pedirle a Jorge:
-Que se suba los pantalones, no quiero que se mate por llevarlos arrastrando y que me hagan pagar por bueno algo defectuoso. Y si no tiene cinturón, que se ate una cuerda, pero modas carcelarias, las justas.
-Muy listo no es -concedió Jorge-. Le digo a mi novia de pedir otro crédito para un coche y me corta los huevos.
-Que él no sea muy listo, es problema suyo; pero que los de los bancos sean imbéciles o criminales lo estamos pagando todos.
-No creas, la novia de Pumuki trabaja en la caja… tenías que verla, es colega de mi hermana desde el colegio y…
-No quiero saber más, de verdad. Por hoy, he tenido bastante terapia de choque sin terapia.
Yo en el “seguro que follo más que tú” hubiese cortado inmediatamente la conversación. Pero oye, le caíste en gracia al malote, supongo que algo bueno debe tener, no sé el qué… En fin, que como para extrañarse de la crisis, si los bancos les regalan dinero a gentuza como esa que a los cuatro días está en la calle de cualquier trabajo.
EDMOND,
¿Algo bueno? No sé el qué, y lo que más me alarma es no saber qué de bueno para él ve en mí… Acojonado estoy de que pueda considerarme un colega… La crisis se explica con bancos que dieron dinero sin ninguna contrapartida a gentuza así, y en que nadie se ha molestado en explicarles que esto se ha acabado, sino que a poco que se levanta un poco el pie de su cuello ya caen en lo mismo… En diez años, otra igual o peor.
Saludos!
Mmmmmm…
Estimado Theo, en estos momentos dudo en verle mentalmente convertido en el Charlton Heston de “El planeta de los simios” o en el Michael York de “La isla del Dr. Moreau”. Quiero decir, ¿lo de utilizar experimentos genéticos como mano de obra no está penado por la ley en Vetera? Y de no ser así, ¿cómo les pagan? ¿En plátanos?
Aún a sabiendas de quedar como un clasista pretencioso, sinceramente sigo sin entender cómo es posible que el tal Pumuki y yo podamos pertenecer a la misma especie. No es que yo sea un ser humano que raye la perfección, pero caramba, si tengo siete manzanas para comer durante una semana, le puedo asegurar que nunca emplearé cinco en cocinar una tarta que me comeré el Lunes. No hay que ponerse en plan “La hormiga y la cigarra”, pero cierto es que cierto sector de homínidos tiene a gala el llevar tatuado un desaforado “Carpe Diem” en el minúsculo hueco que les queda entre las cejas… Cosa que no sería de mi incumbencia, si no fuera porque su inconsciente consumismo acaba repercutiendo en todos nosotros.
Lo que más gracia me hace es que, sin ser nuestro excelso Presidente Zapatitos santo de mi devoción, al final siempre acabe determinado sector echándole la culpa de que jóvenes que dificilmente serían capaces de hacer la “o” con un canuto no encuentren trabajo. Quizás en algunos ése sea el problema: los canutos.
Antes de que me vuelva un Goebbles de todo a 100, me despido de Vd. afectadísimamente.
GROM,
La Iglesia medieval establecía unos días tabú, en que estaba prohibido practicar el sexo; los hijos concebidos esos días tabú padecían enfermedades y retrasos mentales varios. Esta es la explicación más plausible del infinito número de imbéciles con cuyos despropósitos me desayuno cada mañana. También puede, al nacer, se le resbalaron al médico, pero dudo que la SS sólo contrate a ginecólogos con parkinson que justificara la epidemia.
Muchos que nos consideramos de izquierdas cuando nos encontramos con la dura realidad estamos tentados a parecer Goebbelss o clasistas de Serrano, pero es que no puedo pertenecer, ya no a la misma especie, sino ni siquiera al mismo orden que esos individuos. Y tienes razón, estos personajes -votantes del PP porque no hay nada más a la derecha- le echan la culpa de sus problemas a Zapatero o a los inmigrantes, cuando la responsabilidad es únicamente suya por haberse negado a recibir una formación gratuita… De momento, a pagar los platos rotos el resto.
Goebbelsianos saludos!
Buenísimo. Supongo que el final (“no quiero saber más, de verdad. Por hoy ya…”) es el único final posible a la situación y al texto.
Ayer pasé por una obra, y un tipo -capataz, jefecillo, no sé como habría que llamarle- vociferaba al resto de una forma tan demencial que primero pensé que era una broma entre ellos, pero sospecho que no, que esa era la dinámica habitual de comunicación.
Hay muchos mundos en este mundo, no es cierto?
Saludos, Theo.
JAUME,
Hace mucho tiempo que no quiero saber más de muchas cosas… pero la gente sigue empeñada en hacerme partícipe de esa información inncesaria y, a menudo, dolorosa… “El mucho conocimiento trae mucho dolor”, dice el Eclesiastés, y cuando me entero de cosas como la alegre vida de Pumuki mi úlcera se abre. Y sí, me temo que la dinámica de comunicación en este mundo es el berrido de cabrero.
Saludos!
No te ofendas Theo, pero el raro eres tu. Pumuki es normal, Jorge también y los demás normalísimos.
Digan lo que digan este es el mundo en el que vivímos, así son los que votan a “nuestros” políticos.
Viva la anormalidad!!!
Entendiendo perfectamente a lo que se refiere, estimado Madebymiki, permítame puntualizar que el estimado Theo sí es normal: lo que ocurre es que Pumuki y demás caterva son “lo habitual” o “lo mayoritario”. Pero “anormales”, jodó si lo son!
Afectadísimos saludos.
MIKI,
Estoy con Grom en que lo anormal, por extendido que esté, no puede ser ‘norma’. Pero también es cierto que, mal que nos pese, cuando salimos de nuestra burbuja de tazas de té, conversaciones en pipa y diálogo en el club lo que te encuentras es la dura y lumpenizada realidad: Pumuki y sus secuaces.
Saludos a ambos!